Lo cautivante del libro es que ella no intenta esconder en sus cartas los sinsabores de su labor como enfermera en áfrica ni tampoco el estrés y la desazón que los meses de actividad le van pasando factura. No hay caretas, es una realidad que va haciendo malabares entre la crudeza y el amor por lo que uno hace y cree.
Lejos de ser una lectura compleja o creativa desde la sintaxis, está llena de simple sabiduría y mucha pasión. Elementos que parecen difíciles de encontrar en estos tiempos y que personalmente me resultaron una bocanada de aire fresco.
