
Woody Allen debería estar orgulloso, luego de películas medio pelo como Match Point o Scoop y sin mencionar el reciente fracaso de El sueño de Cassandra, el multipremiado director sin duda tiene un gran séquito de fans y periodistas que se han abalanzado frescos como una lechuga sobre su último rodaje "Vicky Cristina Barcelona". Si reflexionáramos dos minutos, tendríamos todos que reconocer sin culpa que a lo único que ha estado jugando este simpático personaje durante la última década es a colocar a sus jóvenes actores preferidos como títeres de varios guiones sin cuerpo ni alma. Jason Biggs, Christina Ricci, Scarlett Johansson, Ewan McGregor, y ahora Javier Bardem y Penélope Cruz. Si tuviera que hacer un breve resumen de Vicky Cristina Barcelona, tendría que decir que es simplemente una excusa de Woody Allen para documentar un trío sexual y amoroso entre los tres personajes principales, en un trasfondo de relaciones levemente estudiadas aunque por demás expresivas, y con un final insípido y tan predecible como El sueño de Cassandra. Algunas críticas hablan de “interesantes actuaciones sobre muy interesantes enredos de relaciones” o “la película más entretenida y sexy de Allen en años”. Lamento no coincidir salvo por lo de sexy, y además agrego que en varios momentos que podrían haber resultado decisivos o con un vuelvo interesante del film, se dedicó a navegar por aguas poco profundas o creativas. En general le faltó sentimiento y le sobró lujuria. Y los diálogos, algo básico y esencial, su sello e insignia, dejaron entre su intento de mezclar el español con el inglés, varios espacios sin atractivo. Y por último, el escenario: Barcelona, que a mi parecer se quedó corto y lleno de clichés (siempre nos quedará NYC). Moraleja: si todo lo que nos deja Vicky Cristina Barcelona es una trivial lección sobre los impulsos del corazón y a Penélope una nominación al Oscar, viniendo de un Allen algo desmejorado diríamos que es suficiente. Personalmente espero no estar frente a la decadencia de una grande.